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El Peñasco de Tambillo Bajo

A los extremos del anchuroso Río Tupiza, que corre con gran presión de norte a sur, exactamente a los cinco kilómetros de Tupiza, se extienden los campos de sembradío de los pobladores de Tambillo Bajo en medio de un paisaje maravilloso que agrada a los visitantes. En ese panorama lleno de verdor, pasa la línea del ferrocarril (antes Villa Atocha) y todos los días corren los trenes como boas pesadas, pujando y sacudiendo la tierra. Por el naciente se ven cerros plomizos y al oeste se levantan gigantes rocas rojizas como si fuera la sangre petrificada del Inca Llaguar Huaka. Durante el invierno los campesinos salen a sus patios en busca de los tibios rayos del sol. En media playa se encuentra una pequeña roca solitaria. Sosteniendo un antiguo poste de teléfono donde se estrellan las aguas turbulentas de estío.

Algunos longevos lugareños refiriéndose al cerro relatan que en tiempos lejanos un joven tenía su enamorada en Tambillo Alto a la altura de la cuadrilla ferroviaria, a quien la adoraba y en prueba de cariño se comprometió visitarla para festejar la noche de reyes en su casa. Pero desgraciadamente esos días llovió exageradamente y creció el río obstaculizándole cumplir. El joven vecino de Tambillo Bajo al verse impotente frente al torbellino vivía momentos de exasperación, hasta que impulsado por su inmenso amor, resolvió cruzar el río para llegar al dulce hogar de su prometida. Era una noche lóbrega, el jovenzuelo tomó unos tragos de aliento para revestirse de valor y de pronto se encaminó apresuradamente por uno de los callejones donde sorpresivamente se presentó el Diablo, aparentemente un joven simpático de capa roja, pantalón ajustado, con botas y espuelas sobrepuestas, portando una hermosa guitarra, montado en un brioso caballo que le ofreció para que pase ese obstáculo. El joven ciegamente enamorado y sin medir consecuencias, le agradeció y se comprometió retribuirle de alguna manera.

El diablo en esos momentos le dijo: Tú serás feliz con tu novia y dentro de algunos minutos le darás una serenata con esta guitarra que te prestaré, pero tendrás que pasar el río sin darte la vuelta por mucho que te griten queriéndote desanimar. Si no me obedeces, el caballo se perderá entre los remansos del agua y tú quedarás petrificado para siempre. El joven aceptó ese reto pensando que era una simple broma y sin pérdida de tiempo saltó al ensillado y empezó a vadear en medio de truenos y relámpagos que hacían estremecer, pero como si fuera un sueño, escuchó gritos y más gritos impidiéndole continuar. El joven inexperto se dio la vuelta y quedó convertido en roca del color de la capa del Diablo.