Con los mejores augurios en la presentación de la página web de los amigos de la ciudad de Tupiza. Hago llegar un resumen de una crónica sobre mi encuentro con un pequeño “lustra”.
El hecho sucedió en Tupiza, en una visita esporádica a mis padres que aún estaban con vida para ese entonces.
El niño (en ese entonces) se llama Julien… no Julián, sino Julien y vivía en San Antonio con su Abuelo Augusto. El bisabuelo que era francés, según me relató, se llamaba Auguste Julien…
Pasan aproximadamente 20 años de este suceso. Es una crónica que el año 2005 ganó el primer premio a la ética periodística en la ciudad de Tarija donde radico actualmente.
Profunda Lección…
Fría noche de invierno, solitario paseo recorriendo las calles de Tupiza con mil novecientos recuerdos en la mente y los ojos. De pronto me despierta una dulce voz:
-Le lustro señor…? - dijo el pequeño a las 8 de la noche, enfundado en una campera demasiado grande para él, las manos pintadas por la crema y la tinta, la cabeza cubierta por un gorro tipo pescador, dejaba ver algunos rizos colorados…
-Está bien- contesté, acomodando uno de mis pies en el cajón de lustrar que hábilmente bajo del hombro, al concluir, después de una amena charla, le pedí que me acompañara a cenar, pues estaba de paso en esa ciudad, rechazó la oferta mirándome con mucha cautela, insistí señalando que no conocía donde comer y que el primer amigo que tenía en esa ciudad, era él.
-Solo por eso Señor, solo por eso…- remarcó, me llevó a un restaurant decorado con madera de cardón, donde había turistas de diversas nacionalidades, levantó la cartilla del menú y pidió pollo a la barbacoa para los dos, -es una especialidad de la casa-, dijo, -con una jarra de limonada- agregó.
Me sorprendieron sus modales en la mesa y el buen manejo de los cubiertos, a la luz del restaurant, descubrí su cabello colorado y ensortijado, la carita salpicada de pecas y la ropa limpia y bien dispuesta, usaba un delantal para lustrar, antes de comer me invitó a dar gracias a Dios por los alimentos.
Fue una cena inolvidable, matizada de una nutrida conversación sobre diversos temas, uno de ellos era su determinación firme para estudiar aeronavegación cuando sea grande, -quiero ser piloto de avión- recalcó, - ¿por qué? - le dije, -porque en el cielo estaré más cerca de Dios-, respondió con firmeza.
Terminada la cena, pedí la cuenta, que trajo la señorita que nos atendió, Julien dijo: pagaré mi cena, desde luego que no acepté. – Haremos lo siguiente, esta noche invito yo y mañana vos, porque me quedare algunos días más en esta ciudad-, le dije, a lo que aceptó sin reclamos.
Puse el dinero indicado en el recibo y sobre el platillo, -me permite- dijo y alzando el recibo, saco una moneda de 5 bolivianos de su bolsillo y la depositó en el platillo justo cuando la mesera lo recogía. –Ehh y eso…- le dije, muy serio me respondió, -es la propina para la mesera, sabe…? Ella también trabaja duro y debemos ser agradecidos por la atención que nos brindó-, rápidamente deslicé un billete más, antes que levantara el platillo.
Que lección… nos despedimos en la puerta y de regreso a casa, meditaba en lo acontecido… “HAY QUE SER AGRADECIDOS” si señor… lo que se siembra se cosecha, recordé esta palabra…
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir”.
Tarija 03 de junio de 2025